domingo, 19 de julio de 2015

La mejor opcion es perdonar

¿Perdonar? 

Por Diana Ordaz De Azpiri


Seguramente nos ha pasado más de una vez que, sin motivo alguno, han llegado y arremetido contra nosotros con tanta furia y desdén, que nos hemos quedado boquiabiertos. Tal vez han dicho cosas que no nos hubiéramos imaginado que podían inventar. Es posible que nos hayan hablado con tal crueldad que dejaron herido nuestro corazón. Las infamias, los insultos y las injusticias que han caído sobre nosotros como cascada de agua helada hacen que nos broten lágrimas de dolor. 
Todos estamos expuestos a que algo así nos suceda en la vida; la diferencia está en lo que cada uno de nosotros hacemos después de esto. Tenemos dos opciones: enojarnos o perdonar. 
Cuando elegimos la primera, le damos mil vueltas al asunto tratando de justificar nuestro enojo y de convencer a los que nos rodean que tenemos razón para sentirnos maltratados y heridos. Lo complicado del asunto es que la razón está de nuestra parte. Nadie nos puede refutar lo contrario. ¡Tenemos razón! 
Pero, como cristianos, debemos tener cuidado con nuestro enojo cuando hemos sido heridos, pues resulta peligroso. Santiago 1:19-21 nos dice: «Esto sabéis, mis amados hermanos. Pero que cada uno sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para la ira; pues la ira del hombre no obra la justicia de Dios. Por lo cual, desechando toda inmundicia y todo resto de malicia, recibid con humildad la palabra implantada, que es poderosa para salvar vuestras almas».
Cuando estamos en medio de una situación que parece de vida o muerte, debemos recordar que la falta de perdón hacia otros afecta nuestra condición espiritual y, por tanto, nuestra relación con Dios. Claro que es fácil pedir perdón a Dios, pero en ocasiones es muy difícil darlo a otros. 
Mateo 6:15 dice: «Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras transgresiones». 
En la parábola tan conocida del hijo prodigo, narrada por Jesús en Lucas 15:11- 32, contrasta mucho la reacción del padre con la del hermano mayor hacia el hijo ingrato que regresaba a su casa derrotado y arrepentido. El corazón del padre lleno de amor por su hijo perdido borró al instante todo dolor con solo verlo acercarse de lejos. Preparó fiesta en su honor y comenzaron a regocijarse. El padre pudo perdonarlo por el gran amor que le tenía.

Sin embargo, el hermano mayor al verlo se enojó (v. 28). No pudo perdonarlo por su despecho ante la injusticia de todo lo ocurrido. Con este resentimiento, se perdió de la maravillosa oportunidad de experimentar el gozo y la comunión en su familia. La falta de perdón se puede volver una rutina en nuestra forma de ser. La prueba de perdonar a los demás se nos presenta una y otra vez en nuestra vida y sería triste que no la pasáramos. La falta de perdón crea raíces de amargura en nuestro corazón que con el tiempo crecen y producen frutos amargos que obstaculizan lo que Dios quiere hacer en nosotros y a través de nosotros. Como cristianos, debemos reconocer que mientras otros pueden tener la responsabilidad al habernos maltratado y herido, la responsabilidad de perdonarlos es nuestra. Esto es lo que Dios espera que hagamos. Dios es maravilloso. Él ha provisto el poder para que podamos perdonar a nuestros semejantes, para parecernos cada día más a Él. 

¡Sigue a delante! algo grande de aproxima... Brenda.

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